Escribo desde el rincón aquel donde ella gritaba mi nombre, con tanta
pasión que la lluvia temblaba. Yo la conocí cuando sus hojas se desprendían
tras el viento que la abatía. Esas mismas hojas que se amotinaban tras mi
espalda. Escribo con la daga del olvido y con la sangre que esta misma
desprende de mi alma. Mis manos, las flores que nacían en su cuerpo, están
llenas de sangre. Esta mi terquedad de escribir sobre su recuerdo, de
asesinarla cuantas veces sea necesario para verla resucitar.
Escribo desde el lado oscuro de la cama donde, noche tras noche, velo
su recuerdo. Donde conservo, intacta, su sombra: la azoto y me refugio en ella,
interminablemente.
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