Empuñaré la mirada
para declararme audaz.
Embestiré
los dolores de las ilusiones.
Papel y
lápiz serán el asidero de mis desvelos
y los
duelos de la soledad y la oscuridad
que me
abaten desde que te veo a los ojos.
Numen de mis desenfrenados
ensimismamientos
que en el velero de tu nombre tallo a mano;
Adalid de mil batallas soy, entonces.
Y me aferro, con gran ahínco, al duelo del amor,
del ensueño,
de las mentiras piadosas que me digo y que me creo
vorazmente.
EL miedo y el temor parecen dilatarse y desaparecer
entre la niebla de la noche.
Combato a las bestias, huyen ante la tinta, el
papel, las aspiraciones de un guerrero enamorado. Se agitan las olas mientras
pueden, el mar tiembla desde sus entrañas. Ruge, sabotea las barcas, los peces
sobresalen de las profundas aguas para alabar a la noche y a la luna. Se
consumen las horas y la batalla parece no cesar.
El amanecer trae consigo muchas embarcaciones y el
caballero de mil batallas parece quebrantarse y volverse un pájaro que
resguarda en vela, esperando una noche más...