Todo
termina en una catarsis emocional fugaz e hiriente. Arde como el fuego y
fascinante como una utopía. Eso vivo a diario: me masturbo con utopías que
nacen del pasado, juego con el pasado como un tablero de ajedrez, muevo las
piezas con inteligencia para poder gritar: "¡jaque mate!" y eyacular
en el éxtasis de mi desgracia.
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